Por Jorge Ignacio Castillo
@jicastillo
Crítico de cine
La profesión de crítico de cine es una de amor puro. La plata es poca o no existente, el reconocimiento escaso y puede granjearte una que otra enemistad (cómo te va, Galaz; qué es de tu vida, Justiniano; ¡Littin, viejo perro!).
En abril del 2002 dejé mi cómoda tribuna en «La Segunda»para probar suerte en Canadá. Para mi sorpresa, ya en octubre había vuelto a mis andadas. Mi primera crítica publicada en un medio canadiense (el semanario Planet S en Saskatoon) fue la de un mediocre thriller protagonizado por la nefasta Courtney Love. “Atrapada” no es un filme del que alguien se acuerde, excepto yo y mi editor, quien debió lidiar con mi entonces apenas aceptable dominio del inglés.
Las ventajas de trabajar de crítico en Canadá superan a las desventajas 10 a 1. Es posible ver filmes antes que absolutamente nadie, pues las premieres están sincronizadas con Estados Unidos. Si se es miembro de alguna asociación de críticos, en diciembre uno comienza a recibir DVDs con los filmes con aspiraciones de ser reconocidos. Por cierto, a uno no le está permitido prestar los discos bajo pena de muerte, o por lo menos acción judicial. De hecho, una vez terminada la temporada de premios, los DVDs deben ser destruidos.
Aunque dudo que alguien decida ver una película por haber sido galardonado por los círculos de críticos de arte de Canadá, un palmarés necesariamente mejora el pedigrí de la cinta en cuestión. Recientemente me mudé de Vancouver a Toronto. Los críticos de la ciudad más grande de Canadá son cortejados abiertamente por los estudios. Paramount trajo a la directora y el protagonista de “Selma” y al director de “The Gambler” para que introdujeran sus respectivos filmes.
Dicho esto, las grandes películas hollywoodenses tienden a acaparar las pantallas, y la variedad no es tanta como uno pudiera imaginarse. La casi patológica animadversión de los norteamericanos a los subtítulos es una buena razón (los chilenos tenemos la suerte de haber sido criados con ellos). Filmes en otro idioma no entran ni en la discusión en la taquilla.
En el circuito de cine-arte, sólo las cintas ganadoras o por lo menos participantes en Cannes logran alguna exposición. Quizás Almodóvar, aunque “Los Amantes Pasajeros” no le hizo ningún favor. “No” y “Gloria” lograron cierta tracción, pero no trascendieron fuera de los cines especializados.
Quebec es distinto. Gracias al afán de la provincia canadiense por proteger su identidad cultural, la industria cinematográfica recibe incentivos y cuenta con el favoritismo del público. De ahí que autores como Denis Villeneuve (“Incendios”) y Xavier Dolan (“Yo Maté a mi Madre”) gozan de saludables carreras y filmes como “Monsieur Lazhar” trascienden la barrera idiomática, por lo menos en Canadá. En Estados Unidos, filmes de Quebec son tratados igual que películas de Turkmenistán.
La abundancia de críticos en Norteamérica, muchos de los cuales carecen de opiniones originales y sólo desean entradas gratis a la última película de Marvel, causa que el acceso a cineastas sea limitado. Yo me encuentro en un punto intermedio: Me conceden entrevistas con J.K. Simmons («Whiplash») pero Clooney está fuera de mi alcance. Saskatoon no es un mercado muy apetitoso para los gringos.
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