CUSTODIA COMPARTIDA
No es de terror, ni de truculencias, pero cuando la imagen se va a negro tras hora y media de metraje, Custodia compartida (Jusqu’à la garde Custody ) se nos revela como lo que finalmente es: un relato de suspenso tan perfectamente construido que recién en ese instante el espectador recupera el aliento.
En el que es su primer largometraje, el francés Xavier Legrand narra de manera lineal un asunto cotidiano y doméstico que se nos expone claramente en los primeros 10 minutos. El matrimonio Besson, que conforman Antoine (Denis Ménochet) y Miriam (Léa Drucker), se ha separado y están en una sala junto a sus respectivas abogadas ante una jueza.
No sabemos nada de lo que ha ocurrido entre ambos antes de la audiencia, salvo lo que se señala en algunos testimonios recogidos previamente, que se leen ante la magistrada. Ella alega maltrato, la jueza pide evidencias; él presenta cartas de “buena conducta” y solicita ver a sus hijos.
Y aquí está el punto: la pareja se ha separado, pero “la ley no nos permite romper el vínculo padre-hijo”, como bien se establece.
Afuera esperan los abuelos paternos, esos seres cuyos afectos por sus nietos suelen quedar en suspenso en medio de estas batallas en las que poco y nada tienen que ver.
Miriam se ha mudado a la casa de sus padres y ha estado evitando que Antoine tenga contacto con ella y sus hijos. Joséphine tiene 18 años, de manera que puede decidir si quiere ver a su padre o no. Pero Julien (Thomas Gioria) es un niño de 11 años y Antoine reclama no solo su derecho a verlo sino lo importante que es para un menor de edad tener cerca a su progenitor.
De ahí en adelante Legrand —director y guionista— comienza a trenzar una serie de hechos cotidianos a través de los que instala con mano maestra un suspenso que va en un sostenido in crescendo.
La tensión soterrada es tan vívida que mantiene al espectador en un permanente estado de alerta e inquietud.
A los Besson los venimos conociendo, de manera que —como se ha visto en multitud de estos casos— puede ser que Miriam sea la clásica manipuladora y que en rigor no tenga justificación alguna para impedir que Julien se vea con su padre. Y que las maneras hoscas de Antoine y sus torpezas tengan directa relación con el dolor natural de no poder ver a sus hijos.
En este sentido, Legrand sitúa al espectador prácticamente en el mismo lugar que la jueza.
Si bien sobre los frágiles hombros de Julien circula buena parte de la historia, el desarrollo de los personajes de Antoine y Miriam se convierte en clave para ir desentrañando la deriva de este drama familiar.
Pero es en este niño —prodigiosamente bien dirigido— y en los primeros planos de su atribulado y angustiado rostro desde donde el espectador recibe una desesperada y estremecedora descarga de emociones imposibles de soslayar.
Legrand vacía aquí lo mejor de Hitchcock y lo mejor de los maestros franceses del drama intimista.
IMPERDIBLE.
Custodia compartida —cuya precuela es un corto, Antes que perderlo todo, con los mismos actores— le valió a Legrand el León de Plata al Mejor Director y el Premio Luigi de Laurentiis a la Mejor Ópera Prima en el último Festival de Venecia.
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