En apenas 1 hora 25, Dime quién soy (Tell who I am), un documental que en sus secuencias iniciales se ve venir como una bonita y singular historia, explota en una verdad tan devastadora que deja al espectador sin respiración.
El director Ed Perkins construye el relato tal como cualquiera compartiría con sus amistades un hecho asombroso del que ha sido testigo. Esto es, un raconto que detalla la situación, avanzando datos para, de pronto, darnos de bruces con el horror.
Es un suspenso gradual e imperceptible, que se va instalando muy de a poco.
EL CASO REAL DE LOS GEMELOS MARCUS Y ALEX
Estructurado en tres actos, narra el caso real de los gemelos Marcus y Alex, hijos de una aristocrática pareja. Una familia normal, que vivía en un gran caserón, Duke’s Cottage, en las afueras de Londres.
En 1982, cuando tenían 18 años, Alex sufrió un accidente en moto que lo dejó totalmente amnésico.
En la primera parte, Alex describe —en imágenes desenfocadas, desde su punto de vista— lo que sucedió al despertar del coma en el hospital. Cuando abrió los ojos, solo reconoció a su hermano. También estaba allí una mujer. “¿Quién es?”, le pregunta a Marcus. “Es nuestra madre”. Era como no haber vivido nunca: sin secuelas físicas, la amnesia le había borrado de un plumazo los 18 años de su existencia en la Tierra.
Lo único que lo ligaba a su vida, su propia vida, era su gemelo.
De regreso a casa, Marcus, entonces, se dedicó a re-enseñarle su propia historia a su hermano.
Con la confianza ciega de quien es su único lazarillo en este planeta desconocido que era su casa, su familia, su vida, Alex aprendió desde cómo tostar el pan, sentarse a la mesa a tomar desayuno, a “conocer” a su padre, a su madre, a su novia y también la infancia que Marcus le reconstruía a través de fotos y relatos. “Mis padres no sabían cómo lidiar conmigo”, señala.
¿UNA FAMILIA IDÍLICA?
Y lo que Marcus le pintó fue una vida y una familia idílicas.
En la segunda parte, es Marcus quien se hace cargo del relato. Por ahí empiezan a asomarse verdades que explotarán en el tercer acto, en el que se reúnen ambos frente a una cámara. Ya tienen 54 años (la historia fue llevada primero a un libro).
Reuniendo trozos inconexos, Alex se ha ido dando cuenta que hay cosas que no calzan, que faltan una o más piezas en el puzzle de su vida que su hermano le armó.
EL OLVIDO COMO MECANIMSO DE DEFENSA
Marcus se había negado a abrir una horrorosa caja de Pandora, en un silencio que mantuvo durante 20 años como un mecanismo de defensa. El inesperado acontecimiento de la amnesia de su hermano fue como un escape salvavidas para él. Pero a Alex le creó un profundo problema existencial: “Aún no sé quién soy, qué es real y qué no”.
Con un esfuerzo y un dolor enorme, Marcus —entendiendo además la traición a la confíanza ciega depositada en él por su hermano— abre esta caja del horror.
Este tercer acto resulta igualmente estremecedor, crudo y fuerte tanto para los protagonistas como para el espectador, que asiste a esta confesión mientras esta se va desarrollando.
En esa familia “normal” habían sucedido hechos que Alex involuntariamente olvidó, lo que le sirvió a Marcus para hacer lo propio, enterrando lo que no lo dejaba vivir en paz.
LA SANACIÓN: MIRARLE LA CARA A LA VERDAD
Es de por sí asombroso ver que estos terribles hechos —mediados por un imprevisto— funcionan como un experimento científico, con grupo control, lo que en la práctica sería imposible de realizar. De allí se desprende —como una evidencia contundente— que no hay más formas de sanar que mirarle la cara a la verdad, por muy horrorosa, devastadora (o incómoda) que ésta sea.
Un documental muy necesario.
(En Netflix).
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