“EL CODIGO DA VINCI”

Oh, Indiana Jones, ¿dónde te has metido?

Excesiva, laaarga, alambicada, rebuscada, a ratos ridícula y hasta risible.
Así de decepcionante es la versión cinematográfica de “EL CODIGO DA VINCI”, una película cuya “obligación” era en-tre-te-ner. Y mucho. Para eso están los best-sellers, ¿no? Pero si el espectador ha leído el libro —que según las cifras, sería el caso de la mayoría— , el único chiste de «EL CÓDIGO…» ya no tiene gracia: las sorpresas no existen; y si no lo ha leído, tendría que ir a ver el filme con folleto explicativo, aunque a eso es precisamente a lo que se dedica el director: a explicar y explicar y explicar… Tanto, que lo que se supone es una película de acción y de aventuras llega a ser, en varios momentos, exasperantemente discursiva.
Como ya se ha escrito hasta el hipo, todo este embrollo parte en París, cuando el científico Robert Langdon (una suerte de semiólogo onda “Para leer el pato Donald”) está dando una charla a un embobado público. Minutos antes, en pleno Louvre, vemos que el curador Jacques Sauniere es asesinado luego de una persecución por los oscuros y vacíos pasillos del Louvre por el monje Silas (Paul Bettany), un personaje siniestro, como sacado de película de terror, serie B. El comisario Faché (Jean Reno) llega a buscar a Langdon (Tom Hanks), ya que el muerto tenía su nombre escrito en su agenda de citas. Una vez en el Museo, Langdon, a petición del policía, intenta descifrar la increíble cantidad de pistas —en complicadas claves, ciertamente— que ha escrito y dibujado el fallecido anciano en torno y sobre su cuerpo, para lo que pareciera que dispuso de una maravillosa cantidad de tiempo.
Hasta el lugar llega a rescatarlo Sophie (Audrey Tatou).
La intriga da varias vueltas de tuerca, unas más absurdas que otras…Y sobre todo, ¡no se termina nunca!