“EL PERFUME: LA HISTORIA DE UN ASESINO”

La inquietante fantasía de Sskind

Cuando una novela como “El Perfume” ha sido leída por todo el mundo, hacerlo película ya es un riesgo. En el caso de la obra de Patrick Sskind, la complejidad es peor: ¿cómo una historia que se basa y desarrolla en torno al sentido del olfato puede siquiera inspirar una película, un arte-espectáculo para el que precisamente ese es el sentido que sobra completamente?
“EL PERFUME: LA HISTORIA DE UN ASESINO” es el resultado de la osadía. Y quizás porque Tom Tykwer (“Corre, Lola, corre”) practica aquella ley que dice que cine y literatura son dos lenguajes distintos es que, sumando y restando, la audacia es exitosa.
Tykwer logró hacer una película. Básicamente, a punta de muchos primerísimos primeros planos, imágenes en cámara lenta, escenas silentes, la música precisa y un minucioso trabajo en dirección de arte.
Cuando el maestro Baldini ya le ha enseñado lo suficiente, Jean-Baptiste Grenouille va tras lo que termina por definir como su auténtica obsesión: el arte de extraer el perfume (él busca aquél “único”), algo que lo persigue desde que ha asesinado (esa vez, accidentalmente) a una muchacha siguiendo la estela de su exquisito aroma personal.
En la inquietante realidad del joven Grenouille y su actuar no hay razones o sinrazones ni ideas de moralidad y/o civilidad; sólo obsesiones atenazantes. Por eso es que lo peor de la película es su título: esta NO es la historia de un asesino. Los crímenes del protagonista son secundarios, incluso para él mismo.
Son muchas las provocaciones de “El Perfume…”; muchas las lecturas y los links que ofrece generosamente. Es un “artefacto” para armar a discreción. Y sin instrucciones.

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