“EL PLANETA DE LOS SIMIOS: CONFRONTACIÓN” transcurre luego que César (Andy Serkis), el líder de los simios, ha conducido a su manada al bosque Muir, en las afueras de San Francisco, para construir su hogar y su familia. Allí hay una polis organizada, con escuelas que enseñan palabras a los chicos. Estos monos se comunican con gestos (como el lenguaje de los sordomudos) y también con palabras.
Mientras, la humanidad ha vivido su Apocalipsis: un virus, la influenza simia (creada tras los experimentos destinados a dotar de lenguaje «humano» a los monos) ha diezmado a la humanidad. El descontrol social es la tónica.
Diez años después de la tragedia, un puñado de humanos ha logrado sobrevivir, liderados por Dreyfus (Gary Oldman) y Malcolm (Jason Clarke), un arquitecto, acompañado por su hijo adolescente, Alexander (K. Smit-McPhee), un chico introvertido y de ojos tristes. Malcolm ha formado pareja con Ellie (Keri Russell), una joven científica que ha perdido a su hijita en la catástrofe precedente.
La energía de esta improvisada ciudadela está por acabarse. La solución es reactivar la central hidroeléctrica que está en el bosque. Es ahí donde se produce el encuentro entre simios y humanos.
César es un líder prudente que logra un entendimiento con Malcolm, no sin tensiones. El equilibrio es precario, principalmente porque «retroexcavadores» (hablando en chileno) hay en los dos bandos. Y también desconfianza.
Así como en el grupo de los hombres hay personas con el tino de un elefante en la cristalería, entre los simios están algunos como Koba (Toby Kebbell), un agradecido de César porque fue su liberador, pero que esconde un Yago («Otelo») en su alma (¿o un Brutus?).
Una tragedia política shakespereana, que gira en torno a la confianza y las expectativas, esos frágiles y magníficos conceptos que el hombre político —el ciudadano que coexiste con otros en una polis— no puede ni debe soslayar ni menos prescindir.
La comparación simio-hombre es permanente, pero las diferencias están anuladas: la ciencia-ficción los equipara de tal modo que desde el comienzo lo que el espectador ve es la lucha por el territorio y el poder, aquella que no ha cesado de desangrar a los humanos hasta el día de hoy.
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