La audacia de llevar a la pantalla -¡y en versión animada!- algo de suyo tan abstracto como lo que ocurre al interior de la cabeza de una persona ya merece respeto. Que resulte y bien ¡aplauso cerrado!
Es lo que consiguió Pixar con «Intensa-mente», una película que se adentra en el cerebro de una niña desde que nace hasta que llega a la pubertad.
Las primeras imágenes nos dicen a las claras que la protagonista aquí no es Riley (¿o sí?), la guagüita que contemplan dos padres jóvenes y chochos, mientras la cámara se introduce por su cerebrito y he aquí que nos encontramos con aquello que vinimos a ver: lo que hay dentro de esa cabecita y por qué es que la niña actúa de una u otra forma.
Este interior es una inmensa, colorida y vidriada «oficina» con un tablero que controlan Alegría, siempre preocupada de que la chica no vaya a dejar de estar feliz; Temor, un asustadizo ser que aprieta botones cada vez que cree que hay peligro (y lo piensa a menudo); Furia, que, como lo dice su nombre, explota de rabia ante cualquier «injusticia»; Desagrado, la escéptica y crítica por esencia; y Tristeza, que… Bueno, en realidad nadie sabe bien para qué es que está. Ella tampoco, aunque se abalance, sin mucho entusiasmo tampoco, sobre el tablero provocando el llanto de la niña antes de que Alegría corra a detenerla.
El trajín en esta inmensa construcción vidriada no es poco. Coloridas esferas van de allá para acá en una suerte de singular biblioteca.
Mientras Riley crece hay que cuidar y almacenar los «recuerdos clave» y estar atentos a que todo funcione organizadamente (algo así como en «Monsters Inc.»).
Riley crece con sus padres y es feliz en su equipo de hockey en la ciudad donde viven. Pero el traslado a San Francisco de la familia por motivos laborales provoca una debacle.
Y son justamente Alegría y Tristeza, claves en el tablero de control las que, por un accidente, se pierden del Cuartel General y se adentran por los misterioso parajes de la Memoria a Largo Plazo, el Pensamiento abstracto y otros lugares ignotos, en tanto en el mundo de Riley todo es un desastre.
Mientras las aventuras y desventuras de estos personajes -que deben encontrar como sea la manera de regresar a su sitio- nos mantienen expectantes, vamos a la par descubriendo entre emociones y risas cómo es que el mundo de una niña se va construyendo, sobre qué bases se teje su estructura de personalidad y cómo todo ello se puede desmoronar por esa constante relación entre factores externos y nuestras actuaciones, impulsadas desde nuestro interior, ante ello.
Esta mirada hacia adentro es como una ventana a los procesos con que nosotros mismos determinamos nuestras vidas. (Y con ello, las de los otros, pero ya eso sería un tratado sociológico).
Claro que enfrentar dificultades, asumir los dolores y entender qué tan equivocados podemos estar en nuestras decisiones toma más tiempo que las escenas de una película. Pero ¿saben? En síntesis, y haciendo una gran elipsis vital, lo que ocurre con Riley y sus emociones es un muy buen esquema en pizarrón (o excel) de la vida real.
En suma: imágenes creativas, personajes empáticos, aventura con el suspenso preciso y sobre todo un asunto que desde la pantalla le toca el alma a cualquiera que es o haya sido niño/a, adolescente, padre, madre.
No lleve niños muy chicos (tipo 7 años está bien).
Si usted odia el brócoli, esta es su película.
IDEAL PARA: padres (y profes) de niño/as, púberes y adolescentes; niños, púberes y adolescentes.
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