“JUEGO DE PODER” está inspirada —amén de en una novela— en todo el movimiento político que desde las oficinas de Washington permitió que EE.UU. le propinara una sonora derrota a la URSS en Afganistán.
Charlie Wilson (Tom Hanks) es un congresista que disfruta de su vida. Y lo hace en forma, según vemos en una relajada fiestecita en Las Vegas.
El es un hombre separado, moderadamente mujeriego, bastante refractario a las presiones.
Un diputado más bien oscuro, de esa clase de político profesional que con habilidad sortean invictos escándalos de diverso orden y sobre todo amarran lealtades cruzadas, del todo legales (y hasta un poquitín legítimas), que les permiten conservar sus escaños.
Como el alcalde de “La Pérgola de las Flores”, Wilson sabe equilibrarse para mantener contentos también a sus financistas, sin entregar demasiado tampoco.
Una de ellas es algo más compleja de complacer: Joanne Herring (Julia Roberts). Su preocupación, en ese momento (1980), es Afganistán.
Charlie parte al lugar de los hechos a ver si la realidad amerita que su país aumente la cuota de dólares que está entregando al gobierno local. Tras su visita a un campamento de refugiados, vuelve bastante cambiado.
La vida del diputado termina de dar un giro cuando comienza a trabajar codo a codo con el atípico agente de la CIA Gust Avrakos (P. S. Hoffman, «Capote»).
Charlie, Joanne y Gust conforman un fascinante trío de antihéroes, absolutamente queribles. Como película, luce varios méritos: un guión exquisito, un montaje perfectamente ágil y un par de estrellas —Hanks y Roberts— que quizás por primera vez en sus oscarizadas carreras construyen a cabalidad lo que se llama un personaje.
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