“ROCKY BALBOA”, la película con que Sylvester Stallone vuelve a su personaje fetiche -esta vez dirige, escribe y protagoniza-, es, sorprendentemente, mucho más que un desesperado remake en busca de recuperar glorias pasadas.
Stallone brinda una película llena de humanidad y que se hace cargo de lo que significa asumir un rol de campeón de box estando fuera de forma y fuera de edad.
La historia sitúa al dos veces campeón mundial de los pesos pesados viviendo solo, en una casa modesta pero manejando un próspero restorán. Tranquilo el hombre… Por ahí todavía lo reconocen y le piden autógrafos, aunque también lo apodan Rockysaurio. Su única herida es su hijo: Robert no sólo vive su vida sino que rehúye abiertamente a su padre.
Pero como esta es una película de boxeo, pronto la televisión lanza a rodar la opción de qué ocurriría si el cincuentón Rocky se enfrentara al actual campeón Mason “The Line” Dixon. Y ciertamente, todo culmina en un gran match en Las Vegas.
Aunque es perfecta para los no pocos nostálgicos de la saga, tiene el mérito de ofrecer lecturas para quienes no deliran por el box. Y ello es mérito de Stallone: su Rocky es tan humano que conmueve en sus sutiles dosis de patetismo, sana resignación, serenidad, coraje y perseverancia. Porque finalmente este Rocky es una película sobre la relación padre-hijo.
Y claro, también hay box…
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